jueves, 3 de mayo de 2012

Mi infancia son recuerdos...

“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla…” escribió Antonio Machado. Y la mía, mi infancia, y mi adolescencia, y esa madurez por definir, son recuerdos de un taller  --entre otros recuerdos—repletos de flores de porcelana, moldes hermosos de hojas y ramitas, olores a pegamines, barnices y pinturas, y unas manos, las de mi madre. Sus dedos y sus uñas que daban preciosas formas a todos aquellos objetos hasta convertirlos en fabulosos centros vegetales que después deslumbrarían al público de sus exposiciones.
Mirado de esta forma y con el paso del tiempo aquello era así. Entonces era tan habitual como la harina, la levadura y el agua para un panadero. Eran idas y venidas, entre escuelas y escapadas por las calles de mi barrio.
Mi madre y Marujín. Alumna y discípula dotando de vida aquellas masas y pinturas de La Pajarita. Insertando pétalos y hojas con colas hasta dar perfecto equilibrio a todo aquello hasta lograr perfectas composiciones que engañaban como la realidad misma.
Marujín y Consuelo

Y no lejos de todo aquel artificio el soplo divino de Sor Ivorra. La monjita salesiana cariñosa, ingeniosa y paciente que tanto enseñó a Consuelo. Aquella monjita que cuando venía a merendar a casa nos veía desfilar por unos instantes a mi hermano y a mí ante los ojos orgullosos de mi madre. Desfile rápido de dos críos que no pensaban más que en jugar pero que seguro que quedaron impregnados de aquellos potingues aromáticos muertos que por las manos de mi madre adquirían forma, respiración y vida.
LOS TALLERES
Recuerdo básicamente tres talleres en nuestra vida. Primero en cada rincón de mi casa. En la cocina, en los pasillos, en el salón… Con la tele de fondo, los pies sobre la banqueta y las hojas y flores que iban tomando forma a su alrededor. Había que ir con cuidado de no derribar una de aquellas obras, aún tiernas e insertadas en un alambre, lo que acabaría siendo un motivo vegetal eterno.
Después en el piso de la Calle Pego. Aquella trincherita del salón de casa se convirtió en un tremendo cuartel general. Aquellas porcelanas y pegamines fueron selva, con olor sintética pero selva de vida y color. Además de punto de encuentro de amigas y alumnas que bebían de la sabiduría y la paciencia de mi madre. Empezaron, o quizás antes, las clases en El Campello, en San Vicente, en asociaciones de amas de casa, en el Ateneo, en tiendas de manualidades de Alicante...
Consuelo infectaba con sus flores ese universo del que mi padre, mi hermano y yo ya teníamos constancia desde hacía años… Son más de treinta años reforestando el planeta.
Y el último de los talleres el de la planta baja, a ras de suelo, iluminado por la luz y las palmeras de la replaceta de San Gabriel. Donde mi madre dice que le encanta estar porque ve a la gente pasar, ve la vida suceder, a sus alumnas entrar y salir… Hasta el día de hoy.
En la actualidad, la vida ha sucedido ya mucho y su obra está dispersa en las casas de sus amigas y alumnas, en lugares donde las aprecian, donde espero que sean admiradas tanto como el espacio que ocupan en mis recuerdos.
Consuelo, Jaime su marido, sus hijos, sus nietos, sus nueras... 
Rodeados de las cientos de creaciones que cuelgan de sus parees.

Yo soy Jaime, su hijo mayor. Alicante 3 de mayo de 2012.

1 comentario:

  1. hola me ha hecho mucha ilusion ver a mi maestra por aquí, despues de treinta y tantos años con ella y tantas cosas bonitas hechas.
    un beso.

    maruchi

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